Un pobre pescador que vivía con su mujer y su hijo, Damián, iba todos los días a pescar puesto que era su forma de sobrevivir. Su mujer se ocupaba de la casa y su único hijo trataba de criar aves y conejos que casi siempre eran el alimento de los zorros.
El pescador no pudo pescar durante varios días lo cual lo sumió en una profunda pena. Al cuarto día emergió del mar el rey Neptuno, con su tridente en alto, y le propuso abundante pesca si su hijo se casaba con una de las sirenas llamada Nereida. Si aceptaba debía enviarlo al día siguiente para tratar con él. Al llegar a su casa, el pescador contó el episodio a su familia y, a pesar de los ruegos de su esposa e hijo, el pescador aceptó el trato del dios de las aguas.
Al día siguiente el joven se acercó a la orilla y de las aguas emergió una bella joven que en realidad era la sirena. Al ver a Damián, se enamoró inmediatamente del muchacho, pero al querer asirlo de la mano, éste huyó. Nereida bajó entonces al reino submarino y quedó muy triste. El joven, mientras tanto, recorrió otras ciudades y tuvo muchas aventuras y trabajos para sobrevivir y juntar algo de dinero para sus padres, tratando de olvidar el bello rostro de la sirena que lo obsesionaba, procurando enamorarse de cuanta joven saliera con él.
Mientras tanto, en el fondo del mar, la sirena languidecía ante la impotencia de Neptuno y demás habitantes del fondo del mar.
Damián decidió regresar con abundante dinero y con la firme decisión de aceptar como esposa a Nereida, en su condición de sirena, y a la que no había podido olvidar. A su vez, el rey de las aguas al ver que la hermosa sirena no mejoraba, acudió al mago de las profundidades para que convierta a la sirena en una mujer completa.
En el instante en que Neptuno subió a la superficie con la muchacha, vio llegar, montado a caballo y con las alforjas llenas, a Damián. Ahí se confiesaron su amor y prometieron al dios de las aguas visitar la orilla y llamarlo con el bello canto de Nereida.
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