Pasaba el mes de agosto, frío, muy frío. El zorro se devanaba los sesos pensando que ya no habría comida y vendría la hambruna. ¿A quien podría hacer caer en su trampa? El trabajo no era lo suyo.
Vio venir al quirquincho y lo saludó cordialmente:
—¿Qué tal, amigo, cómo se encuentra?
Al principio, el quirquincho, algo miedoso y de pocas palabras, se quedó paralizado. El zorro, entonces, empezó con su plática, tenía labia, y el quirquincho escuchó la propuesta que le pareció extraordinaria. Presto atención.
El zorro le ofreció que trabajará sus tierras e irían a medias con las cosechas. El quirquincho era muy laborioso e hicieron un pacto. El zorro, alimaña, muy astuto y timador, siempre merodeaba tratando de sacar ventajas de otros animales. Nadie quería estar cerca de él porque era un bellaco, se jactaba de todas sus maldades, nadie quería tenerlo de amigo, todos huían de su presencia.
El quirquincho pensó una y otra vez y, al fin, aceptó. El zorro, para cerrar el pacto, le dijo:
—Lo que siembras arriba, será mío. Lo de abajo, para vos.
El quirquincho pensó toda la noche. Al día siguiente, muy de madrugada, preparó la tierra y con mucho entusiasmo sembró zanahorias. Al momento de la recolección, el zorro se quedó con las hojas y el quirquincho se hizo una panzada de zanahorias.
El zorro, entonces, le dijo:
—En esta cosecha, lo de arriba, será tuyo y lo de abajo, mío.
El quirquincho, que demostró ser muy sabio, plantó nabos: una vez más, salía ganador y el zorro no pudo decir ni "chis" porque él impartía las órdenes.
En la tercer siembra el zorro le dijo:
—Esta vez, yo me quedo con lo de abajo y vos con lo de arriba.
Se dieron la mano y el quirquincho sembró maíz.
Moraleja: el zorro por primera vez recibió su propia medicina. Había sido burlado y fue el hazmerreír de todos. Jamás te sientas tan poderoso, aún si realmente lo eres.
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