sábado, 22 de agosto de 2020

El zorro y el quirquincho - Ana

Estaba el quirquincho tendido en el medio del camino. Siguiendo su plan, se haría el muerto, para que cuando la Jacinta llevara los deliciosos bollos al pueblo lo viera y, con suerte, lo cargara al carromato. Y así fue, la Jacinta apareció tarareando una alegre melodía, cuando vio al quirquincho tieso en el camino.

—¡¡¡Ah, pero que suerte la mía!!! He aquí el ingrediente especial que le faltaba a la cena.

Levantó al quirquincho y lo colocó en el carro justito, justito al lado de la cesta, que despedía un aroma embriagador. Y así el muy pícaro fue tirando bollos por el camino y cuando consideró que ya eran suficientes, se bajó del carromato, ayudándose con la rama de un árbol. U una vez en el suelo, juntó alegremente el fruto de su viaje.

El zorro, que andaba hambriento, vio lo que el quirquincho había hecho y pensó: “Esto es fácil, tengo que hacer lo mismo cuando pase El Braulio con los panes. Y así lo hizo. Se tiró en medio del camino durito como vara seca y apareció El Braulio 

—¡¡¡Pero mirá qué suerte la mía!!! ¡¡¡Un zorrito que está bien muertito!!! Seguro que no le va a molestar que le arranque la cola para usarla de bufanda en invierno. El pobre zorro abrió los ojos como platos y el hombre indignado le lanzó una patada que el simulador trató de esquivar como pudo, aunque no lo consiguió del todo y trastabillando se levantó y huyó despavorido al bosque.

Mientras todavía lamía las heridas de la cabeza, pero sobre todo las del orgullo, vio al quirquincho henchido a más no poder, terminando su banquete. 

—¿Qué tal, quirquincho? ¿Estaban ricos los bollos de la Jacinta? Vi lo que hiciste.

—¡Hola, zorrito! Estaban exquisitos, jajaja. Yo también vi lo que vos hiciste….

Entonces el zorro decidió hacerle la pregunta que lo atormentaba 

—¿Porqué a vos te creyeron y a mí no?

—¿Sabes, zorrito? A nadie se le ocurre que un quirquincho puede pensar en semejantes artimañas, fama que hemos ayudado a cultivar durante mucho, mucho tiempo. En cambio todos esperan esas artimañas de los zorritos, fama que también nosotros nos encargamos de cultivar durante mucho, mucho tiempo.

Y con esas palabras, el quirquincho se fue alejando, aunque las carcajadas seguían sonando. En cambio el zorrito se quedó ahí parado rascándose la cabeza mientras se preguntaba: "¿Qué me habrá querido decir?".

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