El pescador salía cada día con su bote y en compañía de su hijo. La pesca era su sustento ya que luego vendían en el mercado todo lo que sacaban. Cada vez que se adentraban en el mar, el joven percibía que alguien lo observaba desde el agua, aunque nunca podía ver a nadie.
Cierto atardecer en que el joven acomodaba la pesca en unos canastos, alguien se acercó por el agua hasta el bote y habló con el padre. Era una bellísima mujer aunque el padre la miraba horrorizado: su cuerpo terminaba en una cola de pescado, era una sirena. Esta le dijo
—Día tras día veo como trabajan y en ese tiempo me he enamorado del muchacho. Quiero que la próxima semana lo traigas en el bote, te adentres en el mar para que me lo lleve. En gratitud siempre tendrás pesca, además te dejaré monedas de plata en la orilla y collares de perlas y corales.
A pesar de todo lo que le ofrecía él no quería entregar a su hijo. Esa noche lo discutió con su esposa y su hijo y éste le dijo que estaba enamorado de Diana, que vivía en el pueblo vecino. Por la mañana tomó su caballo y se fue a ver a su novia. Cuando llegó le contó lo que sucedía, la joven se entristeció, más le dijo que no se apenara, su tía era hábil para preparar hechizo y seguro le podría preparar uno, que lo liberaría de la sirena.
Así lo hicieron. Le dieron a tomar un brebaje que cuando quisiera, con solo pedirlo, podía cambiar de condición. Según lo acordado, el hombre se adentró en el mar y de un manotazo la sirena se llevó al joven.
Cada atardecer el joven le pedía a la sirena que le permitiera ver la orilla. Al principio la sirena lo sacaba atado a una cadena, hasta que pasados varios días, y viendo que el joven no demostrara querer huir, le quitó la cadena. Ese fue el momento esperado por el muchacho que gritó "ser águila" y voló alto, perdiéndose en el horizonte ante la mirada atónita de la sirena.
Días más tarde se casaron él y Diana y se fueron a vivir a las montañas, bien lejos del mar.
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