Un haz de luz penetró tras las hendijas de mi persiana atravesando de manera horizontal el pequeño cuarto. La claridad de alguna manera anunciaba que el día sería favorable para la salida planeada dos semanas atrás. ¡¡¡El sol estaba ahí!!! ¡¡¡Esperándome con toda su brillantez característica de un día de verano!!!
Di varias
vueltas antes de levantarme. Había estado despierta hasta la madrugada
terminando la nota para la editorial. No había ya excusas para no presentarla
el lunes. Tampoco quería perderme esta salida a la casa quinta de Susana en
Marcos Paz. La afabilidad con la que siempre nos recibía daba pie a que
quisiéramos un próximo reencuentro que tendría como centro una pileta bordeada
de longevos cipreses.
El tiempo lo
tenía exacto, siendo ya las 10 de la mañana: hacer un bolso con lo necesario y
salir. Ella, como siempre atenta, me había pasado los horarios de los trenes
del ramal Sarmiento: primero, el que paraba en Castelar y el segundo, que hacía
combinación en Merlo.
Sentí desfallecer.
Por más esfuerzos que hacía, mi cuerpo no lo permitía.... Hacía movimientos de
contracción muscular donde me parecía encontrar una posible salida: la bajaba y
la volvía a subir, mientras que gruesas gotas de transpiración se deslizaban acariciando
una bronca que ya no contenía y que trasmitía en esa imagen que avanzaba como
en contra mío a través del espejo, mientras que sin darme cuenta había perdido
el tren. Fue entonces cuando recibí la llamada de Susana a mi celular para
confirmar que yo ya estaba en camino. Y yo aún en casa, tratando de ponerme la
malla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario