Esto
que voy a contar me ocurrió tiempo atrás. Era verano, verano porteño. El calor
era una pátina que cubría a todo y a todos. Esperaba ansiosa subir al colectivo
que me llevaría fuera de la ciudad donde por lo menos el viento y el aire eran
más benévolos en este tórrido enero.
Divisé a lo lejos el autobús y
una sensación de alivio me hizo aflojar las tensiones y soportar los impiadosos
rayos de sol. Al acercarse a la parada, subí rápidamente y, luego de marcar la
tarjeta, mi mirada descubrió un asiento vacío en la segunda fila.
El micro arrancó y una pasajera
quedó varada gesticulando enojada. Pero no pude sentarme, miré por la
ventanilla y vi en esa pasajera mi rostro, mi voz, mi peinado... Fue un
instante de confusión, asombro y sorpresa que se transformó en pavor que
recorrió mi cuerpo. El calor seguía sofocante. El micro tomó la avenida con
velocidad. Atrás quedaba mi otro yo.
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