¡Abrime, soy vos!
Suena el timbre. ¡Qué extraño! No
espero a nadie. ¿Quién será? Miro el reloj: 16.30.
Pregunto: “¿Quién es?”
Responden: “¡Soy vos!”
Pregunto: “¿Quiiién?”
Me responden con voz fuerte: “¡SOY, VOS!”
Afirmo: “¡Dirás, yo! Digo, ¡vos!”
Reclaman: “¡NOO. SOY VOS! Bien digo. No me corrijas”.
Sonrío: “¿Cómo diablos vas a ser yo! No tengo melliza.
Refuerzan: “¡Claro que no! ¡No soy tu melliza!”
Aclaro: “¡Ni doble!”
Me carga: “¿Doble? ¡No, por suerte no tenés! Ja ja ja”
Indago: “¡¡¿Entonces sos una loca?!!”
Afirma: “Estoy muy cuerda. Ni pizca. Abrí tu puerta. SOY VOS”.
Pregunto: “¿A una loca desconocida?”
Exclaman: “Adriana, ¡¡¡yo también soy vos!!! Abrí la puerta y mirá”.
Concluyo: “Loca, loca, loca. ¡¡No sos yo!!”
Exige: “Basta ya de una vez: ¡abrí y salí de la duda!”
Tenía que averiguar quién era la desquiciada que decía ser yo. Pobrecita… Despacio, con dudas, finalmente le abrí… ¡Y tenía razón la condenada! ¡¡¡ERA YO!!!
Dios, ¡¡¡qué increíble!!! Estaba parada frente a mí misma. ¿Cómo podía ser?
Creo que la loca era yo no ella. ¿O ella y no vos? ¿¿¿O vos y no yo??? AYYYYYYY, ¡¡POR FAVOOOORRR!!
Qué embrollo, qué locura… ¿Al final quién es quién? ¿Quién no soy? ¿Quién vos sos?
Me trató de tranquilizar: “Esperá, bajá un cambio. No te asustes ni te imagines lo que no es… Es cierto. Increíble pero real. Mirame bien. Me doy una vueltita para que me veas mejor”.
Impávida, la miré completa y me fui tranquilizando como me pidió. Si era loca, al menos no parecía peligrosa. Tenía sus ojos redondos y marrones, como yo…
Su cabeza estaba llena de rulos, como la mía… Y estaba loca… ¡IGUAL QUE YOOO! Tenía toda la razón: ¡ERA YO! Me reconocí en ella, entonces. Al final decía la verdad la condenada.
Indagué: “¿Y qué hacés acá? ¿Qué viniste a hacer, Adriana?”
Contestó: “Te vine a ver. Quería saber cómo estabas, ya que no me buscas… A recordar viejos tiempos. Hace mucho que no nos encontramos. Hoy es un buen día, ¿no? ¿Te acordás cuando éramos pequeñas y corríamos todo el tiempo entre el verde y el cielo intentando conocer el mundo a cada paso? ¿O en la adolescencia luchando inconscientemente a capa y espada contra todo y todos sin saber por qué? Después empezó a llegar el tiempo de crecer, madurar y comprometerse con uno mismo y con los otros. Y así la vida, con parches y sonrisas nos llevó rodando por los caminos indescifrables del mundo. Hasta que nos reúne hoy y aquí. En una circunstancia casi irreal. Mirame bien. Abrí tus ojos grandes. ¿Ves mis arrugas? Yo veo las tuyas. Y tus cicatrices también. Y me pregunto si sirven para algo. Por favor, ¡te ruego que me digas que sí! Sería una grave desilusión. Y una pérdida de tiempo irreparable… ¡Mirame fijo! Entrá en mis ojos. Seguí viajando hacia adentro. ¡¡¡Dale! ¡Seguí, seguí adelante! No pares ni un momento. ¿Llegaste? ¿Qué ves? ¿Qué encontraste? ¿Qué sentís? ¿Será lo mismo que yo? ¿Cómo saberlo si no me hablás? No murmuras una palabra. ¿No me tenés confianza? ¿No me crees? ¿No me querés? Pero yo sí, te voy a decir. Te voy a decir que a veces todo parece vacío, gris, sin sonidos, sin nada ni nadie. Estéril, inútil, desértico, helado, frágil, errado… Pero sería injusto, cruel y mentiroso decirte eso. No es verdad. Algo hay. ¿Qué hay? A ver... Te cuento, mirá. Hay calma, hay tempestad. Hay amores y desilusiones. Hay felicidad y desazón. Hay palabras y silencios. También confusión. Tiempos de crecer y de parar de correr irrefrenablemente y de tirarse sólo a contemplar. ¿Qué? No sé. ¿Para atrás? ¿Para adelante? ¿El ombligo? Tal vez todo. O tal vez nada… Tiempos de abundancia y de miseria. Tiempos de gloria y de fracasos. Tiempos, tiempos, tiempos. ¡¡TIEM-PO!!. Por eso agotada vengo a preguntarte: ¿A vos cómo te fue en todos estos años que intentamos transitar juntas? Espero que igual que a mí. Dispuesta, con esperanza una vez más, a seguir. ¿Y vos? Dale, acompañame. Haceme pata como siempre. No me dejes justo ahora. Tan mal no la pasamos… ¡Mirá! Somos una. ¡Dale! Vamos juntas otra vez. Unidas somos indestructibles...
Pensé: “Tiene razón”. Y no le respondí nada. Cerré mi boca. Y le di el abrazo más fuerte que tenía guardado en el alma. Vamos, juntas de nuevo. La hice entrar y cerré la puerta de la idiotez para siempre. ¡Gracias por tu visita, queridísima Adriana!
Pregunto: “¿Quién es?”
Responden: “¡Soy vos!”
Pregunto: “¿Quiiién?”
Me responden con voz fuerte: “¡SOY, VOS!”
Afirmo: “¡Dirás, yo! Digo, ¡vos!”
Reclaman: “¡NOO. SOY VOS! Bien digo. No me corrijas”.
Sonrío: “¿Cómo diablos vas a ser yo! No tengo melliza.
Refuerzan: “¡Claro que no! ¡No soy tu melliza!”
Aclaro: “¡Ni doble!”
Me carga: “¿Doble? ¡No, por suerte no tenés! Ja ja ja”
Indago: “¡¡¿Entonces sos una loca?!!”
Afirma: “Estoy muy cuerda. Ni pizca. Abrí tu puerta. SOY VOS”.
Pregunto: “¿A una loca desconocida?”
Exclaman: “Adriana, ¡¡¡yo también soy vos!!! Abrí la puerta y mirá”.
Concluyo: “Loca, loca, loca. ¡¡No sos yo!!”
Exige: “Basta ya de una vez: ¡abrí y salí de la duda!”
Tenía que averiguar quién era la desquiciada que decía ser yo. Pobrecita… Despacio, con dudas, finalmente le abrí… ¡Y tenía razón la condenada! ¡¡¡ERA YO!!!
Dios, ¡¡¡qué increíble!!! Estaba parada frente a mí misma. ¿Cómo podía ser?
Creo que la loca era yo no ella. ¿O ella y no vos? ¿¿¿O vos y no yo??? AYYYYYYY, ¡¡POR FAVOOOORRR!!
Qué embrollo, qué locura… ¿Al final quién es quién? ¿Quién no soy? ¿Quién vos sos?
Me trató de tranquilizar: “Esperá, bajá un cambio. No te asustes ni te imagines lo que no es… Es cierto. Increíble pero real. Mirame bien. Me doy una vueltita para que me veas mejor”.
Impávida, la miré completa y me fui tranquilizando como me pidió. Si era loca, al menos no parecía peligrosa. Tenía sus ojos redondos y marrones, como yo…
Su cabeza estaba llena de rulos, como la mía… Y estaba loca… ¡IGUAL QUE YOOO! Tenía toda la razón: ¡ERA YO! Me reconocí en ella, entonces. Al final decía la verdad la condenada.
Indagué: “¿Y qué hacés acá? ¿Qué viniste a hacer, Adriana?”
Contestó: “Te vine a ver. Quería saber cómo estabas, ya que no me buscas… A recordar viejos tiempos. Hace mucho que no nos encontramos. Hoy es un buen día, ¿no? ¿Te acordás cuando éramos pequeñas y corríamos todo el tiempo entre el verde y el cielo intentando conocer el mundo a cada paso? ¿O en la adolescencia luchando inconscientemente a capa y espada contra todo y todos sin saber por qué? Después empezó a llegar el tiempo de crecer, madurar y comprometerse con uno mismo y con los otros. Y así la vida, con parches y sonrisas nos llevó rodando por los caminos indescifrables del mundo. Hasta que nos reúne hoy y aquí. En una circunstancia casi irreal. Mirame bien. Abrí tus ojos grandes. ¿Ves mis arrugas? Yo veo las tuyas. Y tus cicatrices también. Y me pregunto si sirven para algo. Por favor, ¡te ruego que me digas que sí! Sería una grave desilusión. Y una pérdida de tiempo irreparable… ¡Mirame fijo! Entrá en mis ojos. Seguí viajando hacia adentro. ¡¡¡Dale! ¡Seguí, seguí adelante! No pares ni un momento. ¿Llegaste? ¿Qué ves? ¿Qué encontraste? ¿Qué sentís? ¿Será lo mismo que yo? ¿Cómo saberlo si no me hablás? No murmuras una palabra. ¿No me tenés confianza? ¿No me crees? ¿No me querés? Pero yo sí, te voy a decir. Te voy a decir que a veces todo parece vacío, gris, sin sonidos, sin nada ni nadie. Estéril, inútil, desértico, helado, frágil, errado… Pero sería injusto, cruel y mentiroso decirte eso. No es verdad. Algo hay. ¿Qué hay? A ver... Te cuento, mirá. Hay calma, hay tempestad. Hay amores y desilusiones. Hay felicidad y desazón. Hay palabras y silencios. También confusión. Tiempos de crecer y de parar de correr irrefrenablemente y de tirarse sólo a contemplar. ¿Qué? No sé. ¿Para atrás? ¿Para adelante? ¿El ombligo? Tal vez todo. O tal vez nada… Tiempos de abundancia y de miseria. Tiempos de gloria y de fracasos. Tiempos, tiempos, tiempos. ¡¡TIEM-PO!!. Por eso agotada vengo a preguntarte: ¿A vos cómo te fue en todos estos años que intentamos transitar juntas? Espero que igual que a mí. Dispuesta, con esperanza una vez más, a seguir. ¿Y vos? Dale, acompañame. Haceme pata como siempre. No me dejes justo ahora. Tan mal no la pasamos… ¡Mirá! Somos una. ¡Dale! Vamos juntas otra vez. Unidas somos indestructibles...
Pensé: “Tiene razón”. Y no le respondí nada. Cerré mi boca. Y le di el abrazo más fuerte que tenía guardado en el alma. Vamos, juntas de nuevo. La hice entrar y cerré la puerta de la idiotez para siempre. ¡Gracias por tu visita, queridísima Adriana!
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