Una tarde muy calurosa del mes de mayo en Madrid, con Ceci y Leo, estábamos haciendo la inmensa (y vaya si fue inmensa) cola para entrar al museo de doña Sofía, mirando nuestras dos horas de cola, y todavía nos faltaba la escalera. Los vacíos maceteros y la amplia vereda se transformaban en cómodos asientos mientras, los frondosos árboles eran abanicos egipcios.
Entramos, luego de subir la amplía escalera frontal y pasar la cinta de seguridad. La policía del museo abría mochilas, algunas había que dejarlas... La mía se salvó, me acompañó, termo y mate, pasillos, salones inmensos, alfombras, arañas, estatuas...uno más lindo que el otro (quiero aclarar que por haber acumulado años, no pagué entrada). Teníamos dos horas para recorrerlo, las otras las habíamos perdido en la cola, en algunos lugares nos hubiéramos quedado atornillados, pero...
Empezamos el recorrido siguiendo el mapa que nos habían dado, bajamos pisos, subimos pisos, pasillos por aquí, pasillos por allá. Nuestros ojos no daban abasto con tantos paisajes, retratos, ejércitos, todo una maravilla, era un gran deshojar la margarita para ver cuál era el que más nos gustaba.
En unos de los salones vimos el gran cuadro de la toma de Castilla por Isabel y Fernando. Nos sentamos frente a él tratando, a través de la pintura, de definir quién era quién y qué representaba el todo (alguien tocaba las castañuelas). Nos levantamos y empezamos a caminar hacia otro, pero volvimos al mismo, porque nos acordamos de ubicar en la pintura al autor.
Leo empezó a caminar, "las espero a fuera", nos dijo. Ceci y yo empezamos a subir las escaleras del 2do subsuelo (sonaban castañuelas), comentando lo hermoso y educativo que era todo lo que habíamos visto, (el ascensor no funcionaba) seguimos subiendo al 1r subsuelo (las castañuelas volvieron a sonar está vez más cerca) y una voz que dijo "en 10 cerramos".
No me alcanzaban las piernas para subir más rápido, mientras Ceci me decía "tranquila suegrita, voy a avisar que nos esperen". Y escuché la voz de mi hijo que decía: "espere, faltan mi mamá y mi señora". La guardia, que era la que tocaba las castañuelas, bajaba para buscarnos: "¿No sintieron las castañuelas?". Y yo, con medio aliento, le dije "creí que era alguien bailando". Todos nos pusimos a reír, mientras la guardia nos iba arriando, diciendo "casi las dejo dentro, en el terror de una noche de museo". El terror hubiera sido quedarme encerrada sin mate, porque se me había terminado el agua.
Salimos y la gran llave sonó detrás nuestro. En el parque de habían encendido las luces de una noche espectacular de verano
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