ALMUERZO FRUGAL
Andaba un quirquincho paseando su armadura por la polvorienta siesta. Metía su hocico bajo las piedras y nada. En un tronco viejo y ni una hormiga. En un nido caído y ni un huevo. .El dolor del hambre se complicaba cada vez más, pero ni aún vencido dejaba de rascar todo lo que tropezaba con sus fuertes garras.
De pronto, ¡qué sorpresa! A algún desprevenido, se le había perdido por el camino un gran trozo de pan. ¡¡¡Era gi-gan-tee!!! El quirquincho, alegrado por la desgracia ajena, como pudo, y no sin gran esfuerzo, se lo cargó en la espalda comba y huyó a su cueva. No fuera a ser que el dueño volviera a buscarlo.
Cortito el paso pero apresurado, de golpe sintió que algo lo aprisionaba, lo levantaba y lo metía en una galería oscura y caliente.
—¡Zas! Me cacharon in fraganti —dijo.
El quirquincho buscaba la salida, pero cada vez había más negrura y temperatura. Y se complicaba porque ahora también había un líquido ácido y viscoso y se sumaban ruidos muy extraños.
Un zorro muy zorro, que había encontrado un terrible cacho de pan, se lo engulló sin clavarle un diente. Y empezó a tener fuertes dolores de barriga. Algo no le había caído muy bien. Y cada vez era peor.
—¿Pero qué porquería me comí? Esto no se siente nada bien.
Y adentro todo se revolvía más y más.
—¿Dónde miércoles me metieron?¡Ey! ¡¡¡Socorro, ayudaaaa!!! —pedía el quirquincho.
—¿Y desde cuándo el pan habla? —pensaba el zorro muy zorro.
Con grave dolor estomacal y mucho esfuerzo, consiguió escupir el pan. Y debajo del mismo, patas arriba, venía pegado un quirquincho.
—Yo creí que eras amigo, zorro. Pero veo que el hambre bloquea tus buenos sentimientos.
—¡Perdoname, quirquin! No te vi, tan solo al pan que pasó por mi nariz y lo metí pa’adentro. ¡Perdoname, che!
—Tranquilo. Sin rencores. Ahora aprovechemos y compartamos la comida. ¡Estás invitado, amigo!
—¡Gracias! —dijo el zorro no tan zorro
Partieron el pan y se sentaron a merendar bajo el implacable sol de verano.
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