Cerros rojos, marrones, naranjas, ocres, verdes, grises y amarillos. Vetas policromáticas. Un tajo fértil de pastos, flores, árboles y sembradíos a sus pies. Algunas cabras y corderos y también burros y caballos. Gente: campesinos, lugareños. Sus casas de ladrillos de adobe, sus huertos, corrales y hornos de barro. Mucho sol, simpleza y alegría, inocencia. Ancestralidad. La Quebrada.
Humahuaca reúne a sus habitantes de piel color cobre, baja estatura, cabello renegrido tieso y tamaña cultura ancestral alrededor de tradiciones, sikus, bombos, historias y botellas. El alcohol y los bailes, sin coherencia alguna, los convoca quince días antes del comienzo del Carnaval tan esperado. Tan solo los hombres, aglutinados, festivos y desenfrenados con cascabeles, máscaras, charangos, transpirados, sucios y borrachos se entretienen. Serpentinas, cigarrillos, coca mascada, más y más alcohol…Compadres alegres, sin conciencia, beodos, coloridos y entalcados festejando y olvidando penas. Vapor, vahos, sonidos autóctonos y familiares. Gran reunión de hombres laboriosos, cuarteados por el sol, el viento y el sufrimiento de la vida diaria.
Un changuito curioso de carita paspada los espía desde muy cerca sin ser visto. Escondido tras arbustos espinosos, escucha y trata de desentrañar que es lo que está ocurriendo. Entre asombrado y asustado de lo que mira y oye se suma el recuerdo de lo que todos los años para este tiempo, se cuenta en su casa. Los relatos de sus padres y abuelos concurren a su memoria. Así asocia el descontrol que baila delante de sus ojos con la voz de su abuela que alguna vez le contó que en marzo todos suben al cerro polvoroso, color harina, con un muñeco andrajoso a enterrar el Carnaval una vez terminado el festejo.
La curiosidad y la osadía de su inocencia lo poseyeron y rapidito enfiló sus alpargatas viejas para Breñas Blancas a buscar el muñeco. El polvo fino e inmaculado del camino fue tiñendo su calzado y su ropa y con un poco de esfuerzo llegó a la cima. Allí se santiguó frente a la Virgencita que lo esperaba y le pidió el favor de que lo guiara hasta el hoyo donde estaba dormido el tesoro que andaba buscando: el Coludo.
Ella se apiadó de su corta infancia y guiñándole un ojo cielo, le señaló el lugar. Agradecido, el coyita, les dejó una silvestre flor a sus pies y rumbeo apurado. ¡Ahí era seguro! Viejas tiras de papel colorido, desteñido y enroscado en una cruz, botellas vacías de esperanza y flores plásticas gastadas por el viento. Antiguos sonidos errando que lo invitaban a buscar. Con sus tiernas manecitas comenzó a cavar. El polvo blanquecino tiznó su cabello y su carita. ¡Sus ojitos profundos y azabache brillaban más que jamás! ¿Sería por el contraste o por la felicidad? Con sus uñas sucias y dedos lastimados tocó algo mullido. Sonaron cascabeles enfáticos y rabiosos. El pequeño quedó preso de alegría y sorpresa. Nada impidió que prosiguiera con el agujero. Al rato, un grave y perforante gruñido provenía del fondo. Un escalofrío potente le paró los pelos duros y le puso la piel igual que la de una gallina.
—¡¡¡¡Baaaastaaa!!!! Para allí ¡¡¡¡Ya no sigas!!!! —le advirtió un sonido feroz.
Pero el niño no hizo caso.
—¡Ya no máaaas! Todavía no es tiempo de despertar de mi sueño. ¡¡¡Frénate ahora mismo!!! —añadió la voz enojada.
Sin seguir las indicaciones y con más curiosidad continuó con su trabajo. Hasta que desde lo profundo del hoyo se exteriorizó un viento fuerte, algo de rayos, polvo y energía. Emergió el torso de una silueta extraña hecha de telas rotasde múltiples colores cansados por el tiempo. Rugiendo, gimiendo y gritando apareció el mismísimo Demonio que había sido enterrado al finalizar el Carnaval anterior.
El pequeño trató de huir corriendo pero el Coludo lo atrapó de un brazo.
—¡QUÉ HAZ HECHO! ¡¿POR QUÉ ME HAS DESPERTADO?! ¡TE LO ADVERTÍ! NO DEBÍAS INTURRIMPIR MI SUEÑO —le reclamó inmediatamente el diablo.
El crío petrificado no podía articular palabra ni movimiento alguno. Sólo lloraba en poder del engendro que quería devorarlo de enojo.
—¡Ahora pagarás tu insolencia compartiendo el sueño conmigo!
Y sin más, se hundió con la guagua entre las garras junto a los rayos y la polvareda. El pozo se cerró, el viento se calmó y todo volvió a ser como antes, a la espera del tiempo del desentierro del Carnaval.
Dedicado a mis entrañables amigos de Humahuaca, a su tierra que tanto amo, a su gente y
a sus maravillosas costumbres que admiro, respeto y comparto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario