Allí estaba, en el altillo, ese cuaderno o montón de hojas atadas con hilo sisal, en una caja marrón entre fotos, cartas y revistas de hojas amarillas que mi papá guardaba y nunca habíamos visto. Eran de su padre, mi abuelo nacido en 1885 en Ituzaingó y alumno de la primitiva Escuela Número 6 que tuvo otros nombres y direcciones diversas. En el cuaderno había cuentas, oraciones, el Cabildo sin mutilar dibujado por hábiles manos y, de pronto, la historia del pueblo, que antes se llamaba Santa Rosa, y la del otro pueblo, el correntino, que le dio nombre al pueblo por la batalla. Y por supuesto, la leyenda.
Con un café y algunas lágrimas nostalgiosas, comencé a leerla. La historia había sido escrita por el italiano Bernardino Valle, que había llegado al país en 1850 y dedicado al comercio por los ríos interiores, en particular por el Paraná. El destino hizo que se enamorara de Luisa y trocara su carrera de marino por la agricultura. En esa época había en el pueblo guaraníes amigables, uno de los cuales le contó la leyenda que dio nombre al lugar. Mi abuelo, Juan José Luque, que ahora tendría 135 años, escribió esto:
Leyenda de Arami y Katú
Muchos años atrás había dos tribus antagónicas que se disputaban el derecho a la tierra, pero no contaban con el hecho de que la bella Arami y el valiente Katú de ambas tribus, se enamoraran. Se veían a escondidas en un bosque hasta que fueron descubiertos, castigados y encerrados. Con mensajeros cómplices deciden escapar pero no contaban con que el camino tenía un escollo desconocido. Las familias de ambos jóvenes comenzaron a buscarlos siguiendo el único recorrido posible que finalizaba en un risco alto y escarpado. Al llegar allí, Arami y Katú se asomaron y notaron que la altura era por lo menos de treinta metros y descendía hasta un terreno seco y pedregoso e imposible de saltar. Los familiares de los jóvenes, de tribus guaraníes enemistadas, se acercaron pero los enamorados prefirieron la muerte y saltaron. Los dioses estaban de su lado y en el momento de hacerlo una catarata de agua los deslizó milagrosamente hasta una llanura suave. Agua abundante y cantarina que salvó el amor. Los padres decían “Ituzaingó los salvó”, o sea, la catarata . Desde ese momento el pueblo correntino tiene ese nombre. Allí se libró la batalla en que las Provincias Unidas vencieron a tropas brasileñas. Años después, en 1872, se creó nuestro pueblo al que llamaron Santa Rosa y que más adelante se cambió por Ituzaingó, para honrar a los valientes ganadores de Corrientes.
Todo esto fue escrito por mi abuelo, sin faltas de ortografía.
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