Vestido como turista
norteamericano, pantalones shorts, de ridículo colorido y guayabera al tono,
sombrero y sandalias hawaianas y la máquina dé fotos colgada sobre el vientre,
camino por los alrededores del Parque Iguazú.
En momentos en que decido abordar
un barquito, para pasear por el río circundante de los saltos de agua, descubro
con gran sorpresa que, quien conduce el barquito, viste igual que yo. Es más,
¡soy yo!
Pasada la conmoción del
descubrimiento, me animé a encararlo y comenzó una charla de alienados: cuando
le dije "tú eres yo", muy serenamente me respondió "no, yo soy
el que tú quieres ser. Yo amé siempre este trabajo, que ayuda a disfrutar del
paisaje y a vivir plenamente; en cambio, optaste por la conducción de empresas
que lejos de brindar bienestar, deterioran seriamente la existencia del ser
humano”.
Y con esta frase el barquito que
pensaba abordar se cubrió de niebla y, sin ruido, desapareció de mi vista.
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