Martín tiene una peculiaridad. Comprende las frases al pie de la letra. No interpreta metáforas, ironías, segundas intenciones. El lenguaje es para él un instrumento unívoco, literal muy llano.
A fines de marzo se instaló la pandemia y
con ella una batería de protocolos, instrucciones e imperativos destinados a
proteger a la población de semejante flagelo mundial. Lo primero que leyó fue “Quédate
en casa”. El exterior comenzó a convertirse en un monstruo amenazante. E hizo
caso. Cerró la puerta de entrada con llave y, a partir de ahí, su hogar se
convirtió en el único escenario del cual participaba. Un vecino le hacía las
compras y se las dejaba en la puerta de calle. Martin las recibía con guantes y
barbijo.
Pasó el otoño, el invierno y ahora la primavera
y no volvió a salir. Encerrado, por obediencia, pasó por distintos estados:
tranquilidad, aburrimiento, ansiedad. Martín está entrampado en su propio
laberinto. La agorafobia se instaló en su ser y cualquier atisbo de contacto
con el exterior le produce pavura.
Cada día duerme menos. Cada día es una
larga partida de Solitario. Acompañado por el televisor, la tablet y el
celular, su vida es una inmersión absoluta con las pantallas. Desde allí
conecta con pocos. Ha aprendido a convivir con su sombra, una triste sombra en
cautiverio.
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