lunes, 2 de noviembre de 2020

El encierro - Mónica

 Martín tiene una peculiaridad. Comprende las frases al pie de la letra. No interpreta metáforas, ironías, segundas intenciones. El lenguaje es para él un instrumento unívoco, literal muy llano.

A fines de marzo se instaló la pandemia y con ella una batería de protocolos, instrucciones e imperativos destinados a proteger a la población de semejante flagelo mundial. Lo primero que leyó fue “Quédate en casa”. El exterior comenzó a convertirse en un monstruo amenazante. E hizo caso. Cerró la puerta de entrada con llave y, a partir de ahí, su hogar se convirtió en el único escenario del cual participaba. Un vecino le hacía las compras y se las dejaba en la puerta de calle. Martin las recibía con guantes y barbijo.

Pasó el otoño, el invierno y ahora la primavera y no volvió a salir. Encerrado, por obediencia, pasó por distintos estados: tranquilidad, aburrimiento, ansiedad. Martín está entrampado en su propio laberinto. La agorafobia se instaló en su ser y cualquier atisbo de contacto con el exterior le produce pavura.

Cada día duerme menos. Cada día es una larga partida de Solitario. Acompañado por el televisor, la tablet y el celular, su vida es una inmersión absoluta con las pantallas. Desde allí conecta con pocos. Ha aprendido a convivir con su sombra, una triste sombra en cautiverio.

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