A continuación, y para introducirnos en algunos cuentos y leyendas populares de la Argentina, incluyo algunos fragmentos de la "Introducción" a la obra compilatoria de Berta Elena Vidal de Battini: Cuentos y leyendas populares de la Argentina. Sus palabras nos permitirán un primer acercamiento a estos géneros que son extensísimos.
1. La riqueza de nuestros cuentos y leyendas populares se desconoce en su integridad en el mundo científico. Sólo parcialmente se ha dado en trabajos de investigadores y en elaboraciones literarias. Este conocimiento ha sido documentado en el conjunto representativo de la narrativa popular de todo el extenso y variado territorio de la Argentina, que aquí presentamos. Para servir a esta noble empresa, inicié, hace más de treinta años, mi investigación de campo. En numerosas y diversas etapas exploré todas las regiones del país y sus comarcas. Los materiales recogidos componen este corpus de más de tres mil versiones y variantes de la narrativa popular. He tratado, en forma permanente, de que la recopilación fuera lo más completa posible en su temática y en sus características esenciales. Es panorámica, pero me he empeñado en alcanzar su hondura regional y comarcana cuando las circunstancias me lo han permitido. No es exhaustiva. No podría serlo en un país como el nuestro, en donde todavía el cuento popular vive en la tradición oral y cumple su milenaria función social. El cuento, como toda expresión folklórica, es tradición e innovación, y el proceso se cumple invariablemente en el nuestro. Uso el término cuento en forma genérica para nombrar todas las especies narrativas.
Reúno en esta obra los relatos recogidos de la fuente popular de todo el país. Revelan ellos un entrañable tesoro nacional que ofrece valiosos elementos para diversos estudios científicos, para múltiples aplicaciones en la enseñanza, para la elaboración literaria y artística en general y para la lectura común, siempre apasionante.
La recolección ha sido oportuna. El gran caudal de relatos ya disminuido, seguirá, sin duda, el proceso del fenómeno universal observado en los países intensamente industrializados, en donde el cuento popular ha desaparecido. En el período de realización de este trabajo he comprobado que la memoria del pueblo ha perdido, y pierde día a día, buena parte de este bien cultural en las grandes zonas abiertas al progreso moderno.
2. La investigación de campo. Documentación de materiales. Llevé a cabo la recolección de estos cuentos en todo nuestro territorio al mismo tiempo que la de otras expresiones folklóricas y paralelamente a la investigación del habla regional. El conocimiento de la cultura integral del pueblo me ha permitido comprender el contenido de muchas narraciones y especialmente sus referencias a palabras y cosas de la región, a usos y costumbres, y a la manera de ser y de vivir de sus comarcanos.
Los cuentos han sido transcriptos lo más fielmente posible en el habla del narrador, y en buena parte grabados en cinta magnetofónica. Usé, con toda frecuencia, el procedimiento que aconseja la narración previa a la documentación definitiva. Permite la identificación del relato y facilita su reconstrucción a los narradores que van perdiendo el hábito de narrar. Muchas veces impulsa la colaboración de los oyentes y ayuda a descubrir nuevos narradores.
Documenté todas las versiones y variantes del cuento popular que me fueron narradas, sin reparar en su estructura o extensión. Las repeticiones de los motivos son pruebas de la hondura tradicional y de la difusión geográfica de la temática cuentística. Recogí hasta los elementos sueltos, las noticias de cuentos olvidados y de narradores desaparecidos.
El primer paso ha sido siempre la verificación de lo auténticamente folklórico, considerado en la variedad de formas y desarrollos que encontramos en la tradición oral. El investigador cuenta en la actualidad con recursos sistematizados de la investigación internacional que lo ayudan en todo momento. Le son muy útiles cuando comienza a descubrir la realidad folklórica de su país y llega al conocimiento pleno que le es indispensable, ya que la tradición regional es a la vez universal en su esencia.
La investigación lingüística y folklórica que llevé a cabo en mi provincia natal1 me dio la experiencia del trabajo de campo, y me sirvió de base para el de todo el país. Mi conocimiento de la narrativa folklórica se inició en los primeros años de mi infancia con los cuentos populares que oía con frecuencia a mis comprovincianos campesinos y a la gente de mi casa. La lectura de la Encuesta del Magisterio de 19212 y la de algunos otros envíos de maestros del interior del país al Consejo Nacional me ampliaron el ámbito temático y me permitieron redactar cuestionarios para mis interrogatorios en el terreno. En la investigación de campo encontré nuevos materiales y muy valiosos que no pueden ser advertidos, como es de suponer, por un observador común. En las distintas regiones del país recogí cuentos, aunque en forma muy desigual: abundantes en las regiones de antigua colonización, y sobre todo en las más conservadoras; escasos, en diversos grados, en las de nueva colonización. De estas últimas, están mejor dotadas las que tienen la vecindad de las regiones más tradicionales. Está en este caso Neuquén, en comparación con las otras provincias de la Patagonia.
He tratado de no dejar lagunas en mi exploración, venciendo las múltiples dificultades propias de las regiones de clima riguroso y de naturaleza bravía, generalmente de escasa población. El cumplimiento de este trabajo ha sido posible gracias a la ayuda que, de una manera o de otra, me prestaron las autoridades nacionales y provinciales. Me facilitaron medios de transportes para llegar a los lugares más lejanos y de difícil acceso. Y los he usado a todos, desde los más modernos hasta los más primitivos; entre ellos, el caballo y la mula para los lugares de malos caminos y para escalar montañas. He hecho también recorridos a pie, como lo hacen los investigadores europeos, pero en nuestro país son muy grandes las distancias a recorrer y contamos con caballería adiestrada para los lugares fragosos, que nos evita ese esfuerzo. El Consejo Nacional de Educación determinó que los maestros primarios me apoyaran con su colaboración en todo el territorio. La escuela primaria en la Argentina está ampliamente difundida y sus maestros fueron mis mejores colaboradores, insustituibles en los parajes inhóspitos. Ellos hicieron posible mi permanencia en esos lugares y mi entendimiento inmediato con los pobladores dispersos.
Realicé más de 150 viajes de exploración, sostenidos, en la primera etapa, por el Consejo Nacional de Educación y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; en la segunda etapa, financiados por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
En nuestra geografía tan diversa, todas las provincias tienen zonas de exploración difícil, pero la Puna al noroeste, la Patagonia al sur, y la selva al nordeste, ofrecen las mayores dificultades para el trabajo de campo. La Puna, la desolada altiplanicie de los Andes, que por su altura y su clima es casi inhabitable para el hombre blanco, está poblada por pastores indígenas dispersos, a los que damos el nombre general de collas. Los collas, que desde los días de la Conquista fueron catequizados y aculturados con influencia hispánica del Perú, conservan un buen número de cuentos españoles y algunas narraciones indígenas. La Puna ocupa el noroeste de Jujuy, el oeste de Salta y el noroeste de Catamarca; la cultura colla rebasa la Quebrada de Humahuaca, los Valles Calchaquíes y la alta montaña de Tucumán. La Patagonia, extensa meseta de clima crudo, de colonización reciente, de escasa población compuesta en su mayoría por extranjeros, ofrece, en general, un mínimo aporte a nuestra narrativa folklórica, pero este aporte se enriquece en Neuquén y mantiene un relativo caudal en Río Negro. La población criolla que se estableció en estas provincias y en general en los valles de la Cordillera desde principios de nuestro siglo, después de la Campaña del Desierto, llevó, con la tradición oral de las regiones de donde procedía, cuentos populares que aún se conservan. A éstos hay que agregar los transmitidos por familias chilenas que se asentaron en estas zonas ganaderas por esta misma época. Los indígenas muy aculturados han asimilado nuestro cuento en alguna medida; tehuelches y araucanos figuran entre mis narradores. La región de la selva del nordeste presenta las dificultades del medio y del clima; su folklore, de características particulares, ha sido poco explorado; es bilingüe, guaraní-español. Fue asiento de las muy importantes misiones jesuíticas; posee zonas de muy antigua y de reciente colonización.
En etapas diversas y repetidas y en las épocas más propicias del año, trabajé en las diversas regiones argentinas. Me empeñé en vencer las dificultades propias de cada una y pude recoger los cuentos, pocos o muchos, que conserva la tradición oral. En el mapa que se agrega a este tomo se han marcado, en gran parte, los lugares en los cuales se documentaron.
En esta compleja tarea de recolección no me faltaron pérdidas de informantes excelentes, hecho que deploro por el valor que ocasionalmente se me fue de las manos. Tengo presente las conmovedoras palabras de don Ramón Menéndez Pidal, el gran investigador, que en la última época de su vida, al hablar de la investigación de campo y sus problemas, me decía: «Todavía lamento no haber podido anotar los cuentos de una buena narradora, una vieja de Asturias, cuando yo era joven y exploraba esa región»
. Don Ramón recorrió a lomo de mula estas regiones de España.
Una condición indispensable para el mejor éxito de la investigación es ganarse la adhesión y la confianza de los campesinos y la gente del pueblo. Mi amistad con todos ha sido siempre inmediata y cordial, pues, me favorece la larga experiencia, el conocimiento de la psicología de los lugareños de cada comarca, y la simpatía humana que siento por ellos. Quienes conocen el sacrificio del investigador en su trabajo de campo, exaltan su paciencia perseverante, su dura acomodación a las peores circunstancias del tiempo, del ambiente, de la vida precaria; hay que agregar el valor con el que debe enfrentar los peligros de muy diversa índole que se le presentan, en los que a veces se juega la vida. La vocación y el goce íntimo de realizarla dan la firmeza con la que todo se vence. Es una prueba de amor.
3. Los narradores. En nuestro país no existe el narrador profesional, sí el buen narrador y el narrador de fama, particularmente en regiones del interior del país y en lugares alejados. Son frecuentes los narradores comunes que saben algunos cuentos y que los narran con gusto. Sus aptitudes son diversas, pero en conjunto conservan y transmiten la herencia narrativa de la comarca o la región. Generalmente se especializan en uno o dos cuentos de sus preferencias o que oyeron con mayor frecuencia.
Hay una vocación de narrador. A la vocación van unidas siempre aptitudes especiales. Los narradores bien dotados, de excelente memoria, de habilidad evocativa, de rico dominio expresivo, suelen ser tanto hombres como mujeres, generalmente de más de 50 años. Con poca diferencia, más mujeres que hombres. Los viejos tienen fama de ser narradores de gran sabiduría. Yo he encontrado algunos de ellos que hasta los 80 y los 90 años relataban con toda lucidez, pero lo común es que a esa edad pierdan la memoria y se fatiguen fácilmente. Se encuentran también excelentes narradores jóvenes, y como casos excepcionales, algunos niños. Todavía existe el gran narrador de otros tiempos, admirable guardador y recreador del cuento popular, y un artista en el arte de narrar. Puede dejar, en alguna medida, herederos, pero lo cierto es que cuando muere se lleva gran parte del tesoro acumulado. Así lo afirma la gente y lo comprueba a menudo el investigador. Yo he tenido la suerte de recoger cuentos de muchos de ellos en momento oportuno, pero también el pesar de no alcanzar a otros que ya habían muerto cuando llegaba al lugar en donde habían vivido, y perduraban en su fama.
Los narradores que me contaron estos cuentos, en parte eran hombres del pueblo, generalmente de poblaciones rurales, pero en su gran mayoría campesinos. En número reducido eran analfabetos o semianalfabetos. Entre todos ellos existían diferencias a veces muy sensibles de inteligencia y de cultura. Las diferencias culturales estaban estrechamente unidas al medio y a la región. También entre mis narradores figuran lugareños semicultos y cultos, personas de algún predicamento en el medio rural o comarcano, servidores del estado de distintas jerarquías y un buen número de maestros, maestros con vocación de narradores, que aprendieron los cuentos en la infancia o en los lugares en donde viven o enseñan. Este hecho afirma la vitalidad de nuestro cuento popular.
El narrador, a quien en los últimos tiempos se ha dado gran importancia para la valoración del cuento popular, figura al pie de los relatos con sus datos personales, y con el agregado de algunas otras referencias, en la primera versión que se da. Con frecuencia dejo constancia de la calidad de cada narrador. De algunos doy sus fotografías en el ambiente en donde viven y me narraron sus cuentos.
Como un ensayo, que en el futuro ampliaré, he tomado algunos cuentos populares a inmigrantes europeos. Los cuentos fueron narrados en el español que ellos aprendieron en la Argentina, cuando se trataba de inmigrantes de lengua no española.
4. Función del cuento popular. El cuento se narra ante todo a los niños, en cualquier circunstancia y momento, pero particularmente cuando van a dormir. El niño siente natural inclinación por el cuento popular. Las razones de su intuitiva preferencia se justifican ampliamente. El cuento popular ha sufrido la prueba de fuego en la transmisión oral. Al rodar en el tiempo, a través de los pueblos del mundo, ha logrado una hondura humana compleja y sabia que va desde la gracia que entretiene o hace reír, y el ejemplo que alecciona, hasta el dramatismo que conmueve profundamente, pero que termina siempre con el triunfo del débil, del perseguido, del justo, del bueno. Simboliza el sueño de la vida del hombre. Su trama, su desarrollo, la graduación de sus acontecimientos, responden a una estética primaria, pero cargada de emotividad y de belleza. El cuento que gusta al niño, gusta también a todos.
El cuento popular se narra siempre en un lenguaje vivo, directo, evocativo, de una simplicidad encantadora y transparente, de la más fácil comprensión. Este estilo peculiar del cuento difícilmente se alcanza en las elaboraciones artísticas comunes; excepcionalmente lo logran los escritores que por vocación se dedican a la difícil literatura infantil. El cuento popular ha nacido de la narración oral y por ella se transmite y enriquece. A los ya consagrados derechos del niño debe agregarse otro: el derecho a oír narrar los cuentos populares de su país, que lo unen entrañablemente a su tierra y lo hermanan espiritualmente con los niños del mundo. La escuela argentina lo ha incorporado a su enseñanza.
En las clases cultas se selecciona el repertorio cuentístico del niño. En las clases populares y particularmente en las campesinas, el niño oye, con excepción de los muy obscenos, los cuentos destinados a los adultos y en las mismas oportunidades.
Los padres y los abuelos, y en primer lugar la madre y la abuela, y en determinadas familias las niñeras y sirvientas (nodrizas y criadas) son los primeros narradores de cuentos a los niños pequeños.
En los pueblos, y en los campos de las regiones más conservadoras del país, el cuento popular sigue desempeñando su antigua función social en la vida de la familia y de la comunidad. Se narran cuentos en la rueda familiar, a la que suelen agregarse algunos vecinos o amigos, generalmente en momentos o días de descanso, mientras circula el mate u otra bebida. Al aire libre, en el buen tiempo, alrededor del fogón en el invierno o en el tiempo crudo, al atardecer o a la siesta, pero con mayor frecuencia a la noche. Hay lugares en los que se dice que es de mal signo contar cuentos de día.
Se narran cuentos en reuniones de vecinos convocados para realizar algún trabajo en común o de ayuda mutua, como son las mingas, durante la noche, y mientras se realiza la tarea de hilar, tejer o desgranar maíz. Es el velorio de los pueblos de España. Se narran cuentos en rueda de trabajadores, en el descanso de tareas especiales que los agrupan y los alejan de la familia, como las de la siega y trilla, las de la esquila, las de cosechas diversas, las de explotación de bosques, las del laboreo de las minas, o durante las paradas de los arreos de ganados. Se narran cuentos en los velatorios, y es ésta la costumbre más generalizada en el país. Pino Saavedra nos dice que en Chile son también los velatorios y los mingacos (nuestras mingas), las reuniones de vecinos en las que con mayor frecuencia se narran cuentos.
En las sesiones de cuentos se pide siempre al narrador más reputado que inicie el relato. En las largas veladas se trata de que la mayor parte de los concurrentes tome parte y para ello se forme la cadena de narradores. El que termina un cuento, dice una de las numerosas fórmulas tradicionales que sirven como eslabones en la cadena de la colaboración y la competencia:
Y pasó por un camino y volvió por otro, para que Fulano cuente otro (se da el nombre). |
Este auditorio, muy activo, tiene características especiales en cada región. Interroga, anima, colabora y es una especie de juez del narrador. El buen narrador, aunque en su estilo personal puede agregar detalles que perfeccionen el relato, se mantiene fiel al espíritu de su contenido tradicional. El auditorio interviene con frecuencia en algunas escenas hasta llegar a una cierta teatralización. Cuando la emoción o el interés son intensos, las exclamaciones matizan y recalcan la palabra del narrador agregando rasgos, motivos olvidados o simples comentarios. Cuando se trata de narraciones jocosas, las manifestaciones de alegría son unánimes y explosivas.
Excepcionalmente un investigador no familiarizado con el medio y sus gentes puede observar estas escenas. La participación activa del auditorio en el transcurso de la narración es común a otros pueblos. Lo han observado y documentado folkloristas rusos, por ejemplo. En nuestras provincias del noroeste se llama caso al cuento, designación con la que se la da sentido de realidad a la ficción; en el resto del país, caso es sinónimo de sucedido.
El progreso del país, que ha llegado con sus caminos hasta los más lejanos parajes, el uso increíblemente generalizado de la radiodifusión en aparatos de pila, la mecanización del trabajo, las necesidades económicas de la familia campesina, entre otras causas, influyen desde hace muchos años en el olvido de estas costumbres patriarcales, y con ello, la paulatina pérdida de los cuentos antiguos y el arte de narrar. Es, sin duda, un fenómeno universal. Por ello los hombres de ciencia con vehemente insistencia reclaman la recolección de los cuentos populares de cada país, que todavía tiene la suerte de conservarlos.
5. El lenguaje de los cuentos. El lenguaje de los cuentos es una expresión de la inteligencia y de la cultura del narrador y revela características del habla comarcana, regional y nacional. Tiene toda la movilidad del lenguaje oral, propio de la narración de viva voz.
Estos cuentos han sido transcriptos cuidadosamente, pero he usado siempre los signos del alfabeto ordinario, norma general seguida en todas las recopilaciones de cuentos. Sólo en casos muy especiales he usado algunos signos fonéticos, a fin de no cambiar demasiado la ortografía corriente y facilitar la lectura de los textos del habla rústica. Estos textos ofrecen testimonios para la observación de algunos aspectos de la fonética y de la fonología, de la morfología, la sintaxis y el léxico, y para estudios estilísticos.
En los cuentos se encontrarán ejemplos frecuentes de vacilaciones propias del habla de los rústicos y también de los semicultos, fenómeno lingüístico conocido, pero que suele ser objeto de críticas de los no especializados que las atribuyen a correcciones o a descuidos en las transcripciones. Una misma palabra puede ser pronunciada de distintas maneras en un mismo texto y hasta en un mismo párrafo, pero no es lo general. He dejado constancia de los casos de caída de vocales y de consonantes, de contracciones, de cambios, trueques y préstamos.
He dado particular importancia al léxico. Al pie de página, y en forma somera, se consigna el significado de los términos que contribuyen a la mejor comprensión del texto. Entre ellos ocupan el primer lugar los que expresan particularidades del habla local o regional. En forma general se determinan arcaísmos e indigenismos, así como también voces de nueva formación y préstamos de lenguas extranjeras.
En el lenguaje de los cuentos se conservan antiguas fórmulas tradicionales para iniciar y terminar el relato que, con pocas variantes regionales, son comunes al ámbito hispanoamericano.
En narraciones tomadas a indígenas se ha documentado el español que han asimilado y el que hablan sus hijos que, con pocas excepciones, han ido a la escuela.
Los cuentos, que exponen la lengua del narrador con la mayor fidelidad posible son, sin duda, elementos valiosos para los estudios lingüísticos; pero es necesario tener en cuenta que no siempre los narradores tienen las condiciones de los llamados hablantes típicos de la comarca o la región.
En la transcripción de los cuentos nos atenemos a las siguientes normas:
1.º En la Argentina es general el seseo americano, pero en la escritura mantenemos la ortografía académica. La s tiene variantes muy diversas en el país: se aspira la s final de palabra o de sílaba en grandes zonas del Noroeste, Centro, Cuyo y Litoral, pero se pronuncia con intensidad silbante en Santiago del Estero, la Puna y zonas del Noroeste; no consignamos esta pronunciación; sólo lo hacemos en el caso de la s aspirada de palabras que comienzan con des-, del Noroeste, por ser muy llamativa (dehayuno, dehensillar). La s final de palabra o de sílaba que cae no se escribe; se observa en toda la región del Nordeste o Guaranítica y en las clases populares del Litoral.
2.º Se mantiene la estructura académica de ll, y, sin determinar el yeísmo primario de todo el interior del país y el yeísmo rehilado rioplatense y de todo el Sur, así como la diferenciación de ll, y, de zonas del Noroeste y de la Puna.
3.º La d final de palabra se mantiene, en general, en el habla del país; no se escribe cuando cae; se consignan los casos de trueque d > r (salur, felicidar) de zonas del Noroeste.
4.º Se consignan los cambios de vocales; también el cerramiento que se observa entre los rústicos (-ado > au) y el muy llamativo de los collas (e > i, o > u).
5.º Marqué el acento ortográfico para llamar la atención de algunos cambios, en un principio, pero sólo dejé, al final, los indispensables; ahí, que generalmente se escribe ai en el español rústico, lo escribo áhi.
6.º Otros casos de cambios o trueques se han consignado al pie de página, oportunamente. Estudios de mayor categoría, basados en el texto de los cuentos, imponen su lugar y su tiempo.
Mi propósito ha sido, en general, no deformar demasiado la imagen de las palabras a fin de facilitar la lectura y comprensión de los cuentos.
6. El estudio del cuento. La narración nació con el dominio de la lengua como una expresión de cultura. Cuanto se narraba era considerado cuento en los pueblos de naciente desarrollo. Todavía los antropólogos descubren al cuento primitivo en las comunidades indígenas que viven estancadas en su aislamiento, en lugares casi inexplorados. En pueblos muy antiguos, pero evolucionados, aparece el cuento popular tal como lo concebimos en la actualidad. Es la primera manifestación artística del hombre y el origen de toda narración en prosa. En una época se dijo que la poesía se desarrolló en Grecia con anterioridad a la prosa. Se vieron como prueba los documentos escritos de los primeros siglos de la cultura griega, pero como dice Wolf Aly, en su importante obra sobre Heródoto, «es de suponer que la madre griega no habrá hablado nunca a sus hijos en verso, ni tampoco el hombre a sus conciudadanos»
4. Es indudable que el cuento es, desde sus orígenes, una creación en prosa. Explicación especial tienen las especies poéticas, como la fábula esópica de la antigüedad y las branches del Roman de Renard de la Edad Media. La poesía, forma fija, ayuda a retener y a repetir el texto, y en ella se apoyaron rapsodas, troveros y juglares en su oficio de recitadores. En lo que atañe al estudio del cuento, interesa fundamentalmente la forma interior.
Los cuentos populares y sus especies similares tienen, con pocas excepciones, un pasado remoto, difícil de determinar, y se deben al aporte de numerosos y diversos pueblos. El mundo entero ha contribuido a la formación del tesoro inmenso de cuentos tradicionales, anónimos, que poseemos, cuyos motivos han llegado al folklore moderno y que en gran número se conservan en los cuentos argentinos. Muchos de estos motivos tienen su origen en mitos y ritos de gran antigüedad.
Se ha señalado a la India como la cuna del cuento popular porque su literatura, escrita con fines artísticos, religiosos o morales, nos ha dejado colecciones de cuentos de valor extraordinario y de gran antigüedad, como el Panchatantra, el Mahabharata, el Calila y Dimna, que reproduce materiales de las dos anteriores, y la de los cuentos morales llamados Jatakas del budismo.
Es indudable el interés apasionado de este pueblo por el cuento y su capacidad creadora que lo enriqueció. Pero la India recibió parte de estos bienes de otros pueblos, seguramente de Egipto, de Palestina, de Persia, de Arabia, de Grecia. El eterno aporte de la transmisión oral, que pocas veces podemos documentar, fue, desde los tiempos más lejanos, increíblemente activo. Por otro lado, se han documentado cuentos escritos anteriores a los indios. El cuento egipcio de los dos hermanos se tiene por el más antiguo de los conocidos. Se conserva en el papiro D'Orbiney del Museo Británico. Fue escrito para el hijo del Faraón por el escriba Ennana, hacia fines de la dinastía XIX (1220 antes de J. C.) y ha sido varias veces traducido. Los motivos de este cuento como los de El tesoro de Ramsinito que recogió Heródoto, y los de El príncipe predestinado, del antiguo Egipto, entre otros, tienen difusión universal y se encuentran en el folklore moderno.
Hasta la iniciación de los estudios científicos del folklore, en el siglo pasado, la literatura fue la que documentó el cuento popular, y es importante, a veces insustituible, fuente de investigación.
España transmitió a Europa un gran caudal de cuentos orientales en obras traducidas al latín o al español antiguo, y de su tradición oral. En el siglo XII aparece la Disciplina Clericalis de Pedro Alfonso. En el siglo XIII Alfonso el Sabio hace traducir del árabe al castellano el Calila y Dimna; también del árabe procede el Libro de los Engaños o Sendebar. En el siglo XIV don Juan Manuel escribe su Conde Lucanor, una colección de cuentos morales que continúa la tradición de la Disciplina Clericalis y el Sendebar. En el siglo XV se traduce el Esopo; en el siglo XVI la obra de Bocaccio, entre otras.
Obras de la Edad Media como el Roman de Renard de los siglos XII-XIII y los fabliaux franceses, aparte de otras latinas, son verdaderas colecciones elaboradas de cuentos populares de la tradición occidental, cuyos motivos perduran en el folklore moderno.
Ninguna colección de cuentos orientales tuvo la difusión que alcanzó la de Las mil y una noches. A principios del siglo XVIII la tradujo del árabe al francés Antonio Galland en un extracto decantado, que podían leer hasta los niños y que fue traducido a todos los idiomas (1704-1717). Un siglo después, los orientalistas ingleses John Payne y Richard Burton llevaron a cabo traducciones copiosas de 13 y 16 volúmenes. También en el siglo XIX se conoció la traducción del médico orientalista Joseph Charles Mardrus, árabe de nacimiento y francés de nacionalidad. La obra fue completada con valiosos documentos y cuentos de la tradición oral de Oriente que Mardrus adquirió y recogió en numerosos viajes por Egipto, Asia Menor, Persia, Indostán. Vicente Blasco Ibáñez la tradujo al español con el título de Mil noches y una noche.
Tenemos importantes trabajos de investigación sobre el cuento en la literatura, además de las frecuentes menciones de investigadores del folklore. Gédéon Huet7, discípulo de Gastón Paris y de Paul Meyer, le dedicó un capítulo especial, Los cuentos populares y la literatura, en su obra póstuma sobre el cuento. Nuestra eminente compatriota María Rosa Lida de Malkiel, lo trató en su primer libro de investigación, El cuento popular hispano-americano y la literatura, con gran erudición.
Es un hecho científicamente demostrado que las obras literarias han tenido escasa influencia en la transmisión directa del cuento popular, pero la han tenido por intermedio de clérigos, juglares y otros narradores. La gran propulsora ha sido siempre la tradición oral, multiforme y sorprendente caudal de difusión. La tradición oral occidental de la Edad Media era particularmente rica y había asimilado elementos tradicionales de Oriente. Seguramente estos elementos vinieron en cierta medida con los pueblos primitivos que procedían de aquella parte del mundo y se establecieron en Europa, y con los traficantes, marineros y soldados que llegaron en busca de aventuras. También fueron traídos por los árabes y judíos de España. Hay que pensar en que algunos grupos humanos autóctonos tenían sus tradiciones, y por último, en el poder creador de los pueblos que llegaban a un grado avanzado de cultura. El Oriente recibió sin duda también un aporte popular y literario de Occidente, particularmente de Grecia, como el de la fábula esópica, llevado por los soldados de Alejandro, por mercaderes, aventureros y cruzados. Al estudiar el origen y la formación de los cuentos podemos hablar de una tradición de Oriente y de una tradición de Occidente, con sus características, sus conexiones y sus elementos comunes que son generalmente universales.
La investigación organizada del cuento se realizó en los tiempos modernos. La primera recolección de cuentos populares y leyendas recogidos de la tradición oral, con intención científica, como sabemos, es la de los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm. Fue el resultado de la exploración de regiones alemanas y se publicó en dos tomos entre 1812 y 1814. Los famosos cuentos de Carlos Perrault, tomados de boca del pueblo, publicados en 1697, son un punto de partida para el trabajo científico. La comparación de estos cuentos con los de otros países y con los cuentos antiguos, despertó gran interés e impulsó la investigación.
En la segunda mitad del siglo XIX, constituida ya la ciencia del folklore, se recogieron cuentos populares no sólo de toda Europa sino de todo el mundo. Viajeros, etnógrafos, misioneros, recolectaron cuentos de pueblos civilizados y semicivilizados de Asia y de la India moderna, de África, de América y de Oceanía; un enorme material en diversas lenguas y dialectos, cuyo estudio presentó dificultades, pero cambió el concepto de cuento que tenían hasta esa época los estudiosos de Europa.
En toda Europa, con algunas diferencias, los estudios del folklore -el nombre aparece en 1846- se intensifican y organizan. El impulso del romanticismo abre nuevos caminos con su acercamiento al campesino, al hombre del pueblo, a su cultura tradicional y al sentido de nacionalidad. Alemania conserva el término Volkskunde.
A fines del siglo XIX se fundan en España varias Sociedades de Folklore que promueven una gran obra de exploración y de estudio. Entre 1883 y 1886 aparece en Sevilla la colección más importante del folklore español dirigida por Machado y Álvarez. En ella figuran cincuenta y cinco cuentos populares (cinco son chilenos). Fernán Caballero publicó, en dos obritas, entre otros materiales, cuarenta y siete cuentos populares. Guichot y Sierra ha publicado un libro denso de información sobre la investigación del folklore en todos los pueblos hasta fines del siglo XIX, y de España hasta principios del siglo XX. Después de veinte años de actividad, las sociedades de folklore desaparecieron y con ellas el interés por la investigación. Se mantuvo, a pesar de todo, el estudio del romance tradicional en la benemérita obra de don Ramón Menéndez Pidal y sus colaboradores. En nuestros días, un grupo destacado de folkloristas y etnógrafos estudia el tan rico folklore de España; y la Revista de Dialectología y Tradiciones populares que dirige don Vicente García de Diego, figura entre las primeras de la especialidad en el mundo científico. Lamentablemente no se ha recopilado sino parcialmente el rico caudal de sus cuentos y leyendas que están en todas partes. En España se han perdido, seguramente, preciosos elementos que, en algunos casos, perduran en América.
La investigación del cuento popular en los países de Hispanoamérica, impulsada por sociedades científicas, ha sido fecunda, y dos han sido sus centros principales, Estados Unidos y Chile. La American Folklore Society favoreció la recolección del folklore español e hizo posible la obra meritísima de Franz Boas y de Aurelio M. Radin, José Manuel Espinosa y Juan B. Rael. A Aurelio M. Espinosa le debemos el estudio más erudito que tenemos del cuento popular español. Lo ha realizado en su colección de 280 versiones que recogió de la tradición oral de España. Aurelio M. Espinosa (hijo) exploró también una región española, Castilla, y recogió más de 500 versiones de cuentos; se han publicado en parte y dieron al padre nuevos elementos que aprovechó en el estudio de la segunda edición de sus cuentos populares.
En Chile, Rodolfo Lenz fundó en 1909 la Sociedad de Folklore Chileno, que ha propiciado importantes trabajos de folklore, realizados por investigadores de la jerarquía de Ramón A. Laval. Él, por su parte, recogió materiales de la narrativa popular y los estudió con su reconocida cultura científica. Recogieron cuentos de los indios araucanos, Lenz, el padre Félix José de Augusta y Sperata Sauniere. Otros investigadores se ocuparon del cuento popular, como Rebeca Román, Manuel Guzmán Maturana y Ernesto Montenegro. En nuestros días, Yolando Pino Saavedra, en los tres tomos de sus Cuentos folklóricos de Chile, ha llevado a cabo la obra de recolección y estudio del cuento popular más importante de su país y de América Latina. Por su método y su vasta erudición puede compararse con la ya famosa de Aurelio M. Espinosa.
Son importantes las colecciones de cuentos de Ramírez de Arellano, de Puerto Rico; de Andrade, de Santo Domingo; de Cámara Cascudo, del Brasil, entre otras.
En la Argentina, entre las colecciones de cuentos populares que se han publicado, pocas son las que se ajustan a normas científicas, y no se transcriben los cuentos en el lenguaje del narrador; en gran número han sido elaborados en obras literarias. Augusto Raúl Cortazar20, en «Folklore literario y literatura folklórica», con el subtítulo de «Colecciones de especies folklóricas», presenta un panorama actual del estudio del cuento popular de la Argentina, de los autores de colecciones, y de los escritores que lo han tratado como materia literaria. En nota, da un excelente extracto del método histórico geográfico de la escuela finesa, que ha difundido en trabajos anteriores. Susana Chertudi, en El cuento folklórico y literario regional, en Bibliografía del cuento folklórico de la Argentina y en Bibliografía del folklore argentino, informó acabadamente sobre la investigación y la elaboración literaria de la narrativa popular del país.
Estos trabajos, a los que remito, hacen innecesarias nuevas menciones. Sólo destaco la labor de Bruno Jacovella, el primero en aplicar el método histórico-geográfico al clasificar una compilación de cuentos populares, y la destacada tarea de investigación de Susana Chertudi23, que publicó, entre otros trabajos, dos tomos de Cuentos folklóricos de la Argentina. Han realizado también trabajos de investigación de la narrativa popular Martha Blache y Olga Fernández Latour de Botas.
Berta Kössler-Ilg en más de treinta años de investigación en San Martín de los Andes, provincia de Neuquén, recogió cuentos de los indios araucanos, que publicó en dos volúmenes, uno en español y otro en alemán.
El grupo de antropólogos del Centro Argentino de Etnografía Americana que con la dirección del doctor Marcelo Bórmida y el auspicio y financiación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas investiga la cultura de nuestros indígenas, ha documentado, entre otros elementos de la narrativa, un buen número de cuentos de indudable origen español o criollo, tanto entre los tehuelches y araucanos de la Patagonia, como entre los mocovíes, los tobas, los pilagás, los matacos, los chorotes, los chulupíes y los chiriguanos del Chaco central y meridional (Runa, V. XII, Buenos Aires, 1969-1970; Scripta Ethnologica, n.º 1, n.º 2, n.º 3, 1973, 1974 y 1975).
Pino Saavedra, en la Introducción a sus Cuentos folklóricos de Chile, nos da una amplia noticia sobre el impulso que en los últimos tiempos, un grupo de sabios europeos ha dado al estudio del cuento, al que se han incorporado eminentes investigadores de América. Entre otras informaciones importantes destaco el propósito de Friedrich Ranke, autor de obras maestras, de concentrar los estudios sobre las narraciones populares en un órgano de carácter internacional y reunir periódicamente a los investigadores. En la actualidad, es muy activo el estudio del cuento en Alemania. Lo mismo podemos decir, en general, de los países europeos.
En el ámbito de-España, que nos interesa particularmente, tenemos, entre otras colecciones, las de Cabal, de Llano Roza de Ampudia, de Curiel Merchán, de Cortés Vázquez, de Sánchez Pérez; de la zona catalana las de Amades, y en Marruecos, las de Azzuz Haquim y de Noy.
El estudio del cuento ha alcanzado, como dijimos, un gran progreso en obras de carácter general como la de Stith Thompson, El folklore, y de estudios parciales como el de Espinosa sobre El muñeco de brea, el de Ranke sobre Los dos hermanos y el de Birgitta Rooth sobre La Cenicienta.
Los estudios del cuento popular en Francia se inician a fines del siglo pasado. Van Gennep en sus cinco volúmenes del folklore francés contemporáneo ha llevado a cabo la difícil empresa de estudiar y comentar las obras de los numerosos investigadores que han explorado el territorio de Francia y sus provincias. Impone una mención especial Roger Pinon, que, en Le conte merveilleux comme sujet d'Études, realiza una síntesis ejemplar de la ciencia del cuento popular. Pino Saavedra, en la «Introducción» a sus Cuentos folklóricos de Chile, destaca la apasionada y erudita labor de Paul Delarue, que se interrumpió con su muerte cuando se imprimía el primer tomo de su obra monumental, Le conte populaire français, que comprendía a Francia y a los países de lengua francesa.
Hasta principio de nuestro siglo no contábamos con una clasificación que pudiera aplicarse a los cuentos de los diversos pueblos. En 1910 publicó, en el número 3 del Folklore Fellow Communications, el sabio finlandés Antti Aarne, un catálogo general de tipos de cuentos. Este catálogo, perfeccionado y ampliado por el profesor norteamericano Thompson, ha tenido tal eficacia como instrumento de trabajo que se ha universalizado, y es usado por los investigadores del cuento, en general. Thompson elaboró una voluminosa obra, su Índice de motivos, que también se ha universalizado, al que agregó motivos literarios. En algunos países se usaron catálogos nacionales. Para nuestros cuentos americanos tienen importancia particular el catálogo de Boggs y el de Hansen. Espinosa ha ordenado sus cuentos de acuerdo con una clasificación propia. La clasificación de nuestros cuentos se basa en la determinación de los tipos, motivos y rasgos de motivos. Sistematizar los cuentos populares de un país según las convenciones de estos catálogos internacionales ofrece grandes ventajas para las referencias, la comparación y la determinación de materiales nuevos que deben ser estudiados como tales en la ciencia fascinante del cuento popular como la llama Roger Pinon.
En el naciente movimiento científico del estructuralismo comenzamos a conocer nuevos estudios sobre el análisis del cuento popular. Son hipótesis de trabajo en plena elaboración, que abren caminos para la investigación del futuro. La obra que en la actualidad tiene mayor resonancia es la de Vladimir Propp, Morfología del cuento, que, publicada en 1928, sólo alcanzó difusión y fue traducida a varios idiomas cuando le dieron ambiente los estudios estructurales de lingüística y de etnología. Dice Propp en el Prefacio: «... en el terreno del cuento popular, folklórico, el estudio de las formas y el establecimiento de las leyes que rigen la estructura es posible, con tanta precisión como la morfología de las formaciones orgánicas»
. Comprende que no es posible aplicar esta afirmación a la gran variedad del cuento popular y elige un género, el del típico cuento maravilloso ruso. Realiza su estudio sobre 110 cuentos de la compilación de Afanassiev. Polemiza con sus predecesores que ven la unidad del cuento en el tema o tipo y en los motivos, y entre ellos, por supuesto, con Antti Aarne's y con los que siguen la escuela finesa histórico-geográfica, o que de una u otra manera orientan sus trabajos atendiendo al contenido de la narración. Diversos aspectos de la investigación de Propp sobre la especificidad genérica del cuento maravilloso han sido criticados por destacados especialistas, a la vez que reconocen sus aciertos de precursor. Su modelo estructural de la morfología del cuento es lineal, pero en la etapa siguiente de su investigación, la completa, al dar a las funciones una interpretación etnográfica en su libro Las raíces históricas del cuento (dimensión vertical) publicado en 1946. Con anterioridad a Propp, otro investigador ruso, A. Nikiforow, en un importante artículo escrito en 1926 y publicado en 1928, formuló sus observaciones en varias leyes morfológicas, pero no fueron desarrolladas en una investigación de la sintagmática narrativa. Los estudios lógicos abstractos del estructuralismo, basados en la forma, tratan de descubrir el átomo narrativo para organizar esquemas fijos que identifiquen los grandes grupos de las diversas especies del cuento popular.
Dentro de esta orientación científica destacamos el estudio de los cuentos populares realizado por A. J. Greimas en su Gramática estructural, que atiende al aspecto esencial de la significación. Greimas anota las principales objeciones que se pueden hacer a Propp y presenta su obra con las siguientes palabras: «No se trata aquí de hacer la crítica de Propp, cuyo papel de precursor es considerable, sino simplemente de registrar los progresos realizados durante estos treinta últimos años, debido a la generalización de los procedimientos estructuralistas»
. Martha Blache aplicó el esquema de los actantes de Greimas al análisis científico de una especie de la narrativa popular paraguaya.
En la investigación de la narrativa tradicional ocupa un lugar de singular interés el estudio psíquico-filosófico de Bruno Bettelheim, contenido en su hermoso y profundo libro The uses of enchantment. Como psiquiatra-educador de larga y sabia experiencia, documenta su teoría según la cual, el cuento popular es insubstituible en la formación del niño porque le da el sentido recóndito de la vida. Esta obra ha tenido repercusión mundial y aparece oportunamente para neutralizar una curiosa corriente que clasificaba de crueles y truculentos a los cuentos que con mayor frecuencia se narraban a los niños desde tiempos lejanos. Su defensa científica del cuento popular confirma la intuición del pueblo que los contó y los sigue contando a sus hijos, y por ello ha sido llamado «abanderado de la moderna psicología de la infancia»
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FUENTE: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cuentos-y-leyendas-populares-de-la-argentina-tomo-i--0/html/0033a660-82b2-11df-acc7-002185ce6064_52.html#I_2_